Mayo es el mes de aniversario de la desaparición de Javier Heraud; el eterno poeta joven que murió acribillado a los 21 años en las orillas del río Madre de Dios, luego de una cacería descomunal, junto a su amigo Alaín Elías. Ambos, jóvenes guerrilleros desarmados, unidos por sus ideales, buscaban cambiar la situación de injusticia y desigualdad imperantes en nuestra patria. Su hermana, Cecilia Heraud Pérez (1943), está presentando su segundo libro Entre los ríos Javier Heraud (1943-1963) del Fondo Editorial PUCP 2014 en diversas actividades culturales. La autora nos entrega un volumen biográfico intenso y nostálgico, sostenido en un conjunto de documentos inéditos; entre los que destacan cartas, fotografías y poemas inéditos como los destinados al amor de su vida: Adelita. Así, como los testimonios de quienes lo conocieron.
Cecilia Heraud trabajó en la Comisión Andina de Juristas; ha ejercido la profesión de editora y organizado varias bibliotecas de derecho, entre ellas la de la Corte Superior de Justicia de Lima. Actualmente es correctora de textos.
- Han pasado 51 años desde el cruel asesinato de Javier Heraud ¿cómo repercutió esto en la vida para la familia?
- Cuando ocurrieron los hechos, para la familia fue abrumador, como un mazazo encima. Esa muerte tuvo impactos diferentes en cada uno de nosotros. A mi madre la encerró en sí misma por mucho tiempo. Mi padre, después de escribir esa carta tan hermosa a Pedro Beltrán en el diario “La Prensa”, fue dejando poco a poco sus trabajos para dedicarse a mantener la memoria viva de Javier. En lo personal, me cambió mucho internamente, por muchos años viví pendiente de las noticias, de los diarios cuando se referían a Javier; fui acumulando mucho material hasta que canalicé todo eso hacia la investigación que me llevó a la publicación del libro.
- ¿Cómo fue ese día que se enteraron de la muerte de Javier?
- Nosotros nos levantamos como cualquier día; mi hermana mayor estaba de vacaciones en Buenos Aires; Jorge, mi hermano había salido a trabajar al Instituto Geofísico de Jicamarca; Gustavo, el último de mis hermanos se encontraba en el colegio; mi hermana Marcela se quedaba al cuidado de mi madre, porque extrañamente empezó a sentirse mal después del viaje de Javier a Cuba. Yo me encontraba trabajando en el colegio La Recoleta en Monterrico, cuando me sorprendió ver a mi primo conversando con el portero, hasta que se me acerca y me dice «Chelita he venido por ti… algo ha pasado con el Gordo (así llamábamos a Javier en familia) en la frontera, parece que lo han herido» …. Inmediatamente corrí a la clase del costado y pedí a mi compañera que se ocupara de mis alumnos.
- Tu padre en ese entonces era un hombre relativamente joven y este tema lo maneja con absoluta serenidad
- Mi padre tenía 53 años y llevaba una vida laboral muy activa, mi madre, 52. Él llegó a la casa insólitamente muy temprano, pues trabajaba en tres lugares y regularmente llegaba en la noche después de salir de la Cámara de Diputados, donde era funcionario; y sorprende a mi mamá. Empezó a realizar llamadas y a dar instrucciones de no alterar la tranquilidad de su esposa; con los años me comentó que se comunicó con Clímaco Basombrío, un funcionario del Ministerio del Gobierno de entonces, quien le dijo que su hijo había muerto en un enfrentamiento. Yo regreso a la casa y me dirijo a la cocina y encuentro a mi hermana, le pregunto qué ha pasado y me dice que «Han venido Arturo (Corcuera) y Adelita y les he dicho que se vayan»; yo pregunto ¿por qué? «Porque les he dicho que mi mamá cree que el Gordo está herido»; es allí que me entero por ella que mi hermano estaba muerto.
- Para protegerla
- Mi papá me pide ocultar la noticia a mi madre; él viaja a Puerto Maldonado diciéndole Votita tu hijo está herido, porque él mantenía la esperanza de traerlo vivo.
- Y tu padre realiza ese viaje difícil hacia Puerto Maldonado cuando era muy complicado llegar allá.
- Hay una anécdota que me cuenta la madre de Alaín Elías, quien viaja hacia Puerto Maldonado para buscar a su hijo; ese viaje se hace muy difícil, suspenden el vuelo por las dificultades del clima. La señora se encontró con mi padre en el aeropuerto de Quincemil y al verlo le dice: «Mi hijo es el herido». «Eso mismo deseo yo que mi hijo sea el herido», le responde mi padre. La madre contrata una moto y realiza un viaje riesgoso por carretera para llegar al lugar y encontrarse con su hijo. Mi papá espera el avión, llega a la comisaría de Puerto Maldonado y ve que en una camilla está Alain con una bala en cuello, se acerca y le pregunta por Javier, Alaín le confirma que está muerto.
- ¿Por qué se queda el cuerpo de Javier en Puerto Maldonado?
Mi padre, al encontrarse con el médico forense, Dr. Gonzáles del Río, que realizó la autopsia de Javier, le pide ver a su hijo, pero le aconseja que no: «Dr. Heraud no me pida eso, yo le aconsejo que lo que va a ver es terrible, es mejor que lo recuerde como lo vio la última vez». Habían pasado más de 48 horas, estuvo muchas horas expuesto antes de enterrarse. Mi papá no puede traer a su hijo a Lima, porque no se podía exhumar el cuerpo por las condiciones terribles del clima y Javier se quedó ahí. Cuando fui a recoger a papá al aeropuerto, yo tenía toda la confianza de que Javier estuviera herido, hasta ese momento no sabíamos que habían entrado con su pasaporte, que se habían registrado en el hotel Chávez. Mi papa bajó del avión con una corbata negra y me dijo: «me lo han matado, me lo han destrozado».
- Los asesinos fueron reconocidos, los azuzadores identificados y el hecho quedó impune.
- Yo viajé en noviembre de ese año, recorrí el pueblo, recogí testimonios de cómo los curas no paraban de azuzar a los pobladores desde la noche anterior, les decían que los comunistas habían llegado a Puerto Maldonado a robarles sus mujeres y sus gallinas. Aquel día del asesinato, por la noche fue una borrachera en Puerto Maldonado. Se señaló a un hombre quien se jactó en medio del jolgorio de que su arma era la única que tenía mira telescópica y que él había disparado a Javier conjuntamente con la policía. Luego de ese hecho, cada 15 de mayo de todos los años posteriores, los pobladores le gritaban asesino así como a su esposa cada vez que iba al mercado, tal cual me lo fueron relatando en Puerto Maldonado en las diversas visitas que realicé a la tumba de Javier. Hubo otra gente muy linda que no tomó parte de ese asesinato y se dio cuenta de inmediato, como la señora Alpaca; ella veló simbólicamente a mi hermano a quien no conocía. El agente fiscal cuando vio el cadáver se impresionó, vio un muchacho hermoso, absolutamente limpio y con su esposa se dan cuenta de que no es el delincuente que advirtieron los curas, se quedó mirando su cara y se preguntaba ¿a quién me recuerda? Pidió sus papeles y leyó Heraud y dijo «es igualito a mi profesor del colegio Guadalupe», es ahí que él pide a su mujer sabanas limpias y envuelve a Javier.
- ¿Por qué no iniciaron acciones legales con respecto al asesino o asesinos?
- Mi papá no quiso tomar ninguna acción legal, me dijo «haga lo que haga nadie me va devolver a mi hijo, a mí lo que importa es la vida de mi hijo pero ya no la tengo».
- ¿Cómo recuerdas a Javier a la luz de los años?
- Yo lo recuerdo como el tremendo de la familia. Javier era pura vitalidad. Éramos seis hermanos: tres hombres y tres mujeres. Teníamos una radio de tubos sobre una mesita; para escuchar radionovelas las mujeres nos escondíamos detrás del radio, los hombres o nos acusaban o nos avisaban que papá llegaba porque a él no le gustaba que sus hijas siguieran las radionovelas. Era un muchachito bastante inquieto, bromista; en las fiestas de carnavales bailábamos y nos perseguía para mojarnos nos amenazaba con su palo de hockey, nos embetunaba…¡era terrible!. Yo era muy pegada a mis hermanos especialmente a Javier; él me enseñó a fumar; me enseñaba lisuras; yo lo veía trepar al techo y yo también hacía lo mismo y Javier me ayudaba. Nos encantaba bailar. Javier tenía un humor bien extraño, si bien nos contábamos chistes, tenía un modo particular de soltarlos. Un día mi madre cocinó riñoncitos al vino con puré, los hacía deliciosos, era una de sus especialidades y estábamos almorzando, todos teníamos nuestros platos servidos hasta que él muy serio nos dice: «Oigan, saben lo que están comiendo, ¿no? ¿saben qué son los riñoncitos? Mastiquen, mastiquen, sientan los orines de la vaca»; ese día Javier se comió tres platos. Es que te lo decía tan serio que tú te la creías.
- En tu libro mencionas a Adelita como el único amor de Javier.
Ella fue el amor de su vida. No le conocí otra enamorada. Ella cuenta que se citaban al cine, salían a pasear de la mano por el malecón. Ella lo quería mucho pero se da cuenta que no estaba enamorada de él, por lo que decide poner fin a la relación. Pero él dale y dale. Un día él le dice a mi mamá: «Mamá, Adelita va a volver conmigo, y sabes me quiero casar con ella. ¿Tú me darías los altos de la casa para venirme a vivir con ella?». Él le dedica varios versos con el nombre de Amaranta.
Madrigal
Porqué he de buscarte paloma
Si ya te tengo
Entre tus manos soy claro como el río
Y duro como las piedras
(de Javier para Amaranta)- ¿Cómo fue ese último día que viste a tu hermano?
- Él estaba muy inquieto; no dejaba de bajar y subir las escaleras. Yo le había dicho qué quieres que te cocine, me dijo: «hazme ese pastel de alcachofas y esa carapulcra que preparas tan rica». Me pasé toda la mañana cocinando, mientras él seguía agitado en sus cosas. Cuando llegó la hora de almuerzo estaba tan ansioso que no comió nada. Pero sí me pidió que le empaquetara una porción para él y otra para su amigo Mario Razzeto, quien viajaría con él hasta Arica donde ambos tomarían el avión hacia Cuba. En esa época la calle San Martin tenía la dirección del tránsito de Reducto hacia Larco, el carro partió hacia Larco, yo me acuerdo haberme quedado parada en medio de la pista siguiendo al carro hasta que llegó a la avenida Larco y dobló y Javier nos hacía adiós de la ventana del auto. Fue la última vez que lo vi.
- ¿Por qué crees que sigue calando en los jóvenes?
- Yo creo que además de la poesía de Javier, que es una poesía tan clara, tan pura, Javier es asesinado recién salido de la adolescencia, hay una cuestión de ideal permanente de mirada al futuro tan pronto que da su vida por ese ideal. Él muere intentando llevar a cabo su ideal. Esto es lo que ha calado en los jóvenes. A mí me apena por él el hecho de que Javier se había preparado para una acción armada que él no llegó a realizar.
- ¿Cuál es el objetivo del libro y qué proyectos tienes hacia adelante?
Al poco tiempo de la muerte de Javier, empieza el interés por su vida y su obra. Buscaban a mi padre, él muy paciente les mostraba su dormitorio, los paseaba por la casa, les hablaba de su hijo. Ese punto de partida lo da mi padre. Nos invitaban a inauguraciones de colegios, bibliotecas, calles con el nombre de Javier. Hasta hoy se mantiene y despierta mucha admiración, siempre preguntando por él. Por lo que yo tenía la necesidad de enterrar simbólicamente a nuestro hermano y en este libro encontrarán los recuerdos y más datos que no aparecieron en mi primera publicación. Sobre proyectos, tengo en mente hacer una muestra pública con todas las cosas de Javier, mostrar todo su archivo: sus libros, sus cosas personales todo ordenado y luego entregarlo a una institución que pueda mantener esto adecuadamente. También me encantaría publicar un libro solo de sus cartas, en las que deja constancia de sus estados de ánimo, de sus sueños y proyectos.
Un día me alejé de casa,
dejé a mi madre en la puerta
con su adiós mordiéndome los ojos.(Mi hermano, el pequeño,
no comprendía nada y creía
que volvería pronto).Yo sabía que ese viaje
era para mucho y por eso
abracé bastante a mi padre
y saludé futuros matrimonios
de mis hermanas.El carro ya partía,
me fui, me marché, me largué
rápido de casa,
cumpliendo amenazas pasadas
que yo profería.No quise despedirme de Amaranta
porque “el tiempo del amor no vuelve más”. Yo lo sabía.Y así entre amargura y desconsuelo,
me marché una tarde, abandoné todo,
mi patria, mi país, mi casa,
“el mundo que a escondidas miro”.Y así llegué a La Habana,
recordando episodios transcurridos
entre cantos y risas.De Javier Heraud.