Julia Ferrer, la mujer indomable
En la Lima de los años cincuenta existía una mujer desafiante que rompió con los convencionalismos de la época. Autónoma, contestataria y contradictoria, generó las más diversas simpatías y antipatías en su medio de la élite limeña y fuera de ella. Así era Julia Ferrer, original, vertiginosa e indomable, mujer adelantada para el momento que le tocó vivir. A 19 años de su partida, nunca es tarde para rendir tributo a la poeta que se abre paso entre jóvenes escritores.
Su verdadero nombre era Julia María del Solar Bardelli, pero todos los que la conocieron la recuerdan como Julia Ferrer. Nació en Lima, en la clínica Italiana, un 25 de febrero de 1925. Proveniente de una familia acomodada y conservadora; descendiente de dueños de grandes extensiones de cultivo en Ica. Su infancia y juventud la pasó en la residencia familiar situada entre las esquinas del Jirón Washington y la avenida Uruguay.
Desde niña destacó por tener una personalidad autosuficiente y rebelde. Era la segunda de cuatro hermanos y, con quien mejor se llevó fue con el último, Juan José. Debido a su carácter llevó una relación difícil con sus padres, siempre se sintió criticada, y en quien sí encontró la comprensión y el respeto a sus intereses fue con su abuela materna.
Estudió en el colegio Sagrados Corazones de Belén, ubicado a pocas cuadras de su casa. En su aurora colegial descubre su gusto por la poesía; empieza a leer a Baudelaire, Virginia Woolf, Sade, Omar Khayyam, sobre todo este último la dejó impresionada; entre otros interesantes escritores.
En una de las pocas entrevistas que datan sobre ella, hay una concedida a la poeta Rosina Valcárcel para su libro Aprendiz de maga (Santo Oficio Editores 2006); en la que da cuenta de su febril experiencia:
«No sé por qué suerte de hechicería encontré en mi carpeta un libro muy viejo al que le faltaban páginas, era un poemario de Omar Khayyam (sic). Bastó que leyera un fragmento, para comprometerme definitivamente con la poesía. Este deslumbramiento se produjo una mañana de abril, en una pavorosa clase de Aritmética. Esa noche no pude dormir agitada por nuevas vivencias y sensaciones».
En su juventud empieza a frecuentar los círculos literarios que se concentraban en los cafés del otrora Centro de Lima. Solía sostener largas tertulias sobre literatura y arte con dos de sus mejores amigas, Catita Recavarren y Cecilia Bustamante; con quienes asistía a las veladas que se organizaban en bares emblemáticos como el Woni de la calle Belén; el Queirolo del Jirón Quilca; el Negro Negro, en la Plaza San Martin; el mítico bar Palermo del Parque Universitario; el Patio y el Carbone del Jirón Huancavelica o el Viena en el jirón Ocoña.
Por su belleza enigmática, esencial y profunda, fue inspiración para artistas como José Luis Cuevas, Sérvulo Gutiérrez y Víctor Humareda. Julia Ferrer fue una mujer apasionada del cine y del teatro; asistía a los estrenos de moda en los cines Central, Metro, Roma, San Martín, Tacna, los más selectos de la época, para admirar las interpretaciones de grandes artistas femeninas como la sueca Greta Garbo; la compleja figura de Marlene Dietrich y la deslumbrante y temperamental actuación de María Félix. Entre los varones gustaba del mexicano Jorge Negrete y del británico nacionalizado estadounidense, Cary Grant.
Incursionó en el teatro, realizando estudios en la Escuela Nacional de Arte Dramático, en la que compartió clases con Aurora Colina, Ofelia Lazo, Leonardo Torres, Germán Carnero y Ernesto Ráez. Participó como actriz en radioteatros, destacando en La guarda cuidadosa de Miguel de Cervantes, bajo la dirección de Felipe Buendía. Compartió las tablas con el joven actor y hoy reconocido dramaturgo y director de teatro, Hernando Cortés (a quien según Alberto Quintanilla, la poeta dejó plantado en media escena de una obra teatral); quien la invoca de la siguiente manera: «A ella la recuerdo como una mujer de carácter arisco y difícil de tratar».
Siempre involucrada con el arte, llevó cursos de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes en Lima; uno de sus maestros, a quien recordaría con mucho respeto, fue Alejandro Gonzáles Trujillo, más conocido como Apurimak. En la actualidad han quedado en el cartón muestras de sus trazos finos.

Por su carácter liberal, la poeta llevó una intensa vida sentimental. Desde muy joven estuvo vinculada con Pedro Rivarola Urdanivia, conocido libretista de Radio Mundial. Colaboraron juntos en la creación y producción de radionovelas. Con él tuvo a su primer hijo, Marco. La relación amorosa no duraría mucho y se rompió por el carácter fuerte y decidido de la escritora.
Julia sentía la necesidad de salir, experimentar nuevos aires y deseaba viajar a México, y así se lo plantea a su pareja, en un primer momento acepta la idea, pero luego con el transcurrir de los días cae en la duda, por lo que la poeta entra en furia y espera el momento propicio para retirarse de la casa con su hijo. Y así lo hace, una noche regresa a su casa Rivarola que quedaba al final de la avenida Brasil y la encuentra totalmente vacía, sin puertas ni ventanas y oscura, cuando observa a un carretillero con un mueble muy parecido al que tenía y le pregunta –¿quién le ha dado ese mueble?– por lo que el cargador responde: «la señora que vivía acá, me dijo que salía de viaje y nada de aquí le servía, llévate todo me dijo, no necesito nada de lo que hay en esta casa».
Tras la separación, ella decide matricularse en la Asociación de Artistas Aficionados (A.A.A), para seguir clases de canto y, es en este espacio que conoce al reconocido artista y publicista de la década de los sesenta, José Bracamonte Vera, con quien se casa a los veintinueve años. De esta unión nace su hija Laura. Los tres se van residir por un par de años a Sao Paulo, Brasil; cuando la relación dejó de funcionar alistó maletas y regresó al Perú.
Más adelante empezaría una nueva relación con el actor de moda Octavio Ramírez del Risco, con quien recorrió un poco de mundo haciendo uso de la herencia que le adelantó su padre. En 1955 visitaron España, Italia y Francia. A su retorno a América Latina, anclaron algunos años en México y Guatemala. En el Distrito Federal quedó embarazada por tercera vez de una niña, a quien llamará Julia Noemí, Mimisha.
En la ciudad mexicana rompe su compromiso con el padre de la niña, y queda en una situación precaria, por lo que resuelve cantar en algunos bares nocturnos; quienes la escucharon afirman que tenía una voz prodigiosa. En el camino conoce al pintor mexicano José Luis Cuevas con quien sostendrá una breve relación amorosa, y con el pasar de los años, mantendrán una sólida amistad.
Después de estas uniones casi oficiales tuvo varios romances sonados para la época : convivió un tiempo con escultores de la talla de Hernán Piscoya y Alberto Quintanilla, y una relación breve con el poeta Alejandro Romualdo.
El pintor y escultor Alberto Quintanilla era muy joven cuando conoció a Julia: «Yo estaba sentado en la primera fila de un importante evento en la carpa del Hotel Crillón, cuando ella hace su aparición con un abrigo blanco, recién llegada de Europa. Quedé impresionado por su belleza. Era una mujer guapísima, de una personalidad arrolladora. A mi lado estaba sentado el genial Víctor Humareda, quien estuvo perdidamente enamorado de ella; él le hizo un bello retrato. Ella se acercó a saludarlo diciéndole “Hola, cholito…”, hice un espacio a mi lado y desde ese momento no me despegué de ella. Sostuvimos un idilio profundo, vivíamos de lo poco que ganábamos, durmiendo en hoteles del centro de Lima. Yo pintaba y ella escribía, aunque a veces por una discusión, se molestaba, rompía sus escritos, se iba para luego retornar. Un día se me presentó la oportunidad de viajar a Europa para exponer mis obras, le pedí que me acompañara, pero ella no quiso. A mi vuelta no sé qué pasó, la encontré diferente y la relación terminó. Muchos años después nos reencontramos como grandes amigos».
En el otoño de 1970, otro joven artista conoce a Julia Ferrer, el pintor Carlos Ostolaza, quien la evoca así: «A Julita la conocí en la Escuela de Bellas Artes. Su figura alta y delgada llamaba la atención. Vestida con una blusa negra, pantalón blanco y sus clásicas pulseras sonoras de madera, caminaba apurada. De pronto se rompe el taco de un zapato y yo en un rápido reflejo me acerco y le ofrezco conseguirle un zapatero. Le ofrecí al artesano pagarle el triple y lo tuvo listo a los pocos minutos. Ese gesto impresionó a Julia y me gané su amistad».
Desde ese momento la poeta y el pintor empiezan un idilio que duraría veinticinco años de encuentros y desencuentros amorosos. Ostolaza reconoce que gran parte de esa etapa fue dura para ella, porque tuvo que soportar la bohemia desordenada del artista. Aun así, dentro de lo positivo, compartieron el gusto por el cine. «En ese entonces, íbamos al cine Alfa y México, como al Cine Club. Le gustaba ver a Greta Garbo y Jorge Negrete. Del cine moderno le gustó Batman en la interpretación de Michael Keaton y el talento de Madonna».
Ostolaza recuerda un sabio consejo de la escritora, «Carlos, la amistad vale más que el amor». Y recuerda un gesto muy noble de la poeta antes de partir, «Si se te va un amor, busca otro».
Julia Ferrer falleció en los brazos del pintor el 16 de febrero de 1995, quien la acompañó hasta el último aliento.
La poeta se desempeñó como profesora en el Taller de Teatro de la Universidad Católica y como traductora para diversas entidades; dominando varios idiomas: inglés, italiano, francés y portugués y, elementalmente el alemán y quechua. Finalmente laboró como funcionaria en la Biblioteca Nacional de Lima, donde desarrolló una variada actividad cultural.
Fue autora de dos libros poéticos bajo el seudónimo de Julia Ferrer; Imágenes porque sí, compuesto por tres secciones: «Imágenes porque sí», «El hombre incalculable» y «Del ritmo de las cosas» (1958) y, La olvidada lección de cosas olvidadas, igualmente de tres series: «I De pie a estrella»; «II La olvidada lección de cosas olvidadas»; «III En la casa en el viento» (1966).
Estas dos publicaciones son el resultado de una variedad de referentes. La poeta no siguió la corriente literaria de moda, al contrario se rebeló a ella, escribió ardorosamente en libertad, rompió con los cánones de la rigurosidad académica. En sus producciones hay una búsqueda de combinaciones de fenómenos con la naturaleza y lo onírico. Se percibe la influencia de Eguren y Baudelaire.
En la actualidad, aparece en algunas antologías de escritores peruanos, entre ellos el crítico literario Ricardo Gonzáles Vigil, quien en Poesía Peruana del siglo XX Tomo I, dice «Turbulenta e irreverente, la producción de la Generación del 50, adelantando el tono desenfadado de una mujer que rompe los límites trazados a la “buena educación” […]».
En el año 2006 se llevó a cabo en Buenos Aires el Primer Encuentro Poético Perú Argentina; el poeta peruano-argentino Reynaldo Jiménez hizo una lectura musical suave y cadenciosa de la poesía de Julia Ferrer. La presentación fue muy elogiada por el público argentino y permitió conocer y acercar el talento de Julia más allá de las fronteras.
Sus poemas:
Imágenes porque sí
El agua
rueda
resbala
cae
tan sabiamente
hace y deshace sus surcos
tiene pies esmaltados
multicolores
danzarines
con cascabeles que van repicando
y nunca retroceden
a veces muere
pero renace al instante
y canta
canta
y sigue danzando
muriendo
cantando
mujer transparente
de patas de garza
de orejas de cierva
semeja
el agua
mujer transparente
de orejas de cierva
de grupas de nácar
que huye y se entrega
volviendo en la huida
huyendo en la entrega
su sangre nos baña
nos nubla los ojos
nos hunde
nos pierde
sus senos de escarcha
refrescan mis sienes
y voy tras de ella
en ella
me llama
me arrastra
me lleva
sus crines de plata
su boca de vidrio
sus grupas de nácar
me envuelven
me ciegan
y ella
va
cantando
riendo
llorando
muriendo
danzando
El hombre incalculable
la juventud se me escapa
como caballo galopando
sacudiendo sus crines y
llamando
a la vida yegua en celo
que está allá esperando
la vida es el tiempo que ha pasado
el tiempo que no ha pasado todavía
el tiempo que pueda
ser
no pase nunca
los seres somos atados al tiempo
potro
potro galopando.
(de Imágenes porque sí)
X
Soy un nido constante
(no soy el pájaro
Ni la pájara
Ni los pichones)
Soy un nido inagotable
Me quitan algo
Un juguete
Un amor
Yo cojo otro
Igual
Igual que al niño incorregible
Me lo vuelven a quitar
Y hasta me pegan
Me gritan
Pero yo no entiendo
Y si me quitan un juguete
Yo cojo otro
No importa
Que apunte primavera
O invierno
Soy carne vertiginosa
De nuevos gestos me pueblo
Miro vertical
Miro al techo
Entonces
¿qué es esto?
Entonces
¿es que tengo que amar
Cada vez más
Más
Más fuerte?
Amor tiene mil rostros pero es uno solo
Ser fiel
Es aguardar
¿por qué?
Ser fiel
¿no será más bien
Amar incesante
Nuevamente
Amar cada vez
Más
Más
Más?
Son mis glándulas sabias
Pero es aún más sabia mi alma
(y su olfato divino)
Soy yo la que debe amar
¿o dejar a mis vísceras y a mi alma
Que amen por mí?
Sería tan fácil huir
No mirar otros ojos
Ser tuya simplemente
Pero te repito
Si me quitan un amor
Yo
Cojo otro.
(de La olvidada lección de cosas olvidadas)
Nota: No se han considerado los espacios para estos poemas.